Del prólogo de Raúl Quinto:
Este libro no está escrito por
aquellos que sobrevivieron al diluvio, está escrito por esos otros
que fueron atravesados por la lluvia hasta la desaparición, y que
entre tanta agua no pudieron sentir otra cosa que sed. La sed, la
soledad, el abandono, el exilio, la fiebre. Y la más pura rebelión.
Porque ante la inevitabilidad de las cosas Luci Romero dice que no.
Dice que la inercia no funciona, que todos los muros acaban cayendo.
Que se puede romper con las manos el espejismo del desierto.
Tres poemas de El Diluvio:
ÁRTICO
Hay una luz vacía
de memoria,
ejecutamos maniobras
contra el tiempo:
medirlo y no
entenderlo,
y percibir su
duración
y llegar a su
origen.
Cuántas veces
he descendido −ese
frío ártico
parece no
importarles, ese filtro
azul fotográfico.
Toda imagen cambia,
mi cuerpo se doblega
y cruza una frontera
de pigmentos
incoloros,
azul ártico.
Y PARECE PENUMBRA
Barrer la voz que
apenas nos pertenece,
sabiendo que
alumbramos un desastre.
No cesa
la lluvia tras el
frágil augurio,
porque penumbra y
hojarasca
no sólo imitan el
canto,
tal vez,
escondan su universo
oxidado.
El vuelo
y su constancia de
migración,
pertenecerán a otro
gesto.
Tu voz no anidará
en mi garganta.
CANCIÓN PARA KEATS
El hueso, ahora, no
sirve,
la humedad sigue
naciendo esta noche en mi boca.
Un contrabajo se
tambalea dentro,
rasga toda la furia.
(Aquellos hombres
arrancaban todas las viejas traviesas
de aquel inacabado
carguero que regaba el mar,
allí, donde nadie
excavaba surcos en las calles espejo,
tu dijiste:
En otras ciudades
esos surcos permanecían.
Ellos tapaban la
tierra.
Negaban la raíz
del eje por donde necesitaban circular.
Un día, una
distancia inversa, aquel tramo de tiempo se quiebra.
Oxida la música, y
la lluvia negra quema la ciudad,
mientras aquellos
hombres duermen.)
Y es aquí,
mecida tras tu
espanto, cuando
ese contrabajo soy
yo, y todo muere en mi nuca.