viernes, 17 de diciembre de 2010

Fiesta de San Juan de la Cruz, patrón de los poetas, organizada por el Centro de Poesía José Hierro

Libaciones III (Ana García Cejudo en "Hojas del cuaderno negro")

LIBACIONES III


Puedo llevar tu mano hacia mi carne y hacerme traspasar.
Es sólo un truco. El resto de mi cuerpo, lo que no puedes verme,
lo dejaré guardado en el cajón, con los cubiertos para las visitas.

Lo que haré será darle la vuelta a la silla. Restregaré mi cara por
Tu rodilla seca, el hueso, se clavará un segundo de dolor encendido:
lo que haré será hablarte con las piernas abiertas.

Por todo lo demás, lo que no puedes verme,
me dejaré arrastrar hasta un rincón sin ruido
de palabra, gruñidos o sensación de viento
y el espejo dirá
hasta dónde llegamos.

¿Cuánto tiempo ha pasado
entre el sueño y el sueño?

Sobre mojado II (H-elena Rodríguez, "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas")

II
Van aguas cacareando
tu particular acorde
y no afinas tu canción.
Y te lo dije, lo dije,
que ya te lo tengo dicho,
catorce veces lo dije,
que te aguantes los andamios
y escapes de la tormenta
hacia un cielo azul y liso.

Si no trepas la pendiente,
no te enfangues en la escama
deslucida de reptil,
pero basta de ansias yertas
tan voraces y remotas,
que te escucho murmurar
por kilómetros y siglos.
Te agotarás si desprecias
las bondades de este pórtico
en silencio. Escucha bien:
Es habitable la vida
pálida como hoy la ves
sucediendo, masticando.
En el espejo lamerse
las crines, con afán nítido
retirarse a otros  cristales.
No hay más lluvia que añadir.

Sobre "Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida" , de Rebeca Álvarez Casal del Rey. Por Óscar Pirot


La momificación del estigma
(Sobre el libro “Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida” de Rebeca Álvarez Casal)
Óscar Pirot



Si atendemos a la concepción de Aristóteles de que todas las cosas son meras potencias que aspiran al acto de la perfección, el caso de la herida resulta peculiar, ya que su perfección radica, paradójicamente, en una imperfección: la cicatriz. La esperanza de la herida no se afinca en la certeza de su desvanecimiento sino en la posibilidad de su  coagulación, en una marca que la piel reconocerá como un recuerdo tiznado de sangre. Más allá de esta frontera,  existe otro terreno en el que la herida transgrede su condición orgánica para instalarse en un halo incorpóreo en donde se multiplica y adquiere proporciones incalculables. Este terreno, horizonte blanquecino en donde pululan nuestros fantasmas, es donde la cicatriz se nos presenta tan ajena como imposible.
Marcada por una fuerte condición existencial, que la acerca con destellos al lirismo filosófico de Cioran, e  inscrita en la visión de aquellos quienes han concebido al hombre no como una criatura única y autosuficiente, sino como un fragmento marcado en busca de su unidad primigenia, la poesía de Rebeca Álvarez ausculta, con desgarro y frenesí, las llagas de una memoria tasajeada por la pérdida y el dolor, por la intemperie y el enclaustramiento. Traza una grieta en donde florece la decrepitación de lo vedado, el tumor oculto de una realidad en calma.  Su poesía encalla no sólo en la vulnerabilidad del cuerpo sino en el cuestionamiento de la palabra como vehículo de salvación. Poesía de la reflexión y del desquicio.
 Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida está compuesto por dos secciones, La noche de perfil y Antes del aire, dos títulos que Cernuda hubiera aceptado como propios.
En La noche de perfil se conjuga una muestra de temeridad y sopor que nos remite a escenas de aislamiento y escarnio, de monstruosidad y ocultamiento, eso que Rebeca define acertadamente como “una serie de reflexiones esbozadas sobre lo siniestro”. El primer poema, Cuervo, se nos presenta como la escena inaugural de un ritual de iniciación; es el preámbulo que anuncia el desbordamiento de una estela simbólica inmersa en la quietud de una niña que duerme tumbada al sol sin percatarse del inquietante conjuro que la rodea. La cadencia de imágenes se suceden a manera de postal cinematográfica, en donde los elementos naturales forman una  atmósfera de estremecimiento:  “Hay un resto de noche de perfil/ despeinando muñecas/ cerca del mediodía./ Y de pronto abanica/ el aire que lo encierra/ y callan las chicharras un instante.” Este rescoldo nocturno encerrado en la figura del cuervo, ese resto de noche de perfil que desciende, no es una revelación sino el anuncio de un presagio escondido en un beso invisible, negado, que retarda el despertar de la niña: “tal vez (si le dejara) besaría sus ojos./ Pero la niña duerme,/ de momento el cuervo no es más que un pájaro”. Estos versos finales clausuran el estado de incubación de un símbolo: el del pájaro aguardando su metamorfosis en mensajero funesto, que amenaza con despertar a la criatura marcándola con el estigma de la inocencia robada.
Desde este primer poema se intuye el advenimiento de una herida que se prolongará a lo largo del libro, camuflándose en diversas formas: en un tigre, en la separación de unos siameses, en una princesa con sed de venganza, en un sepulturero, en un niña violada. Este juego de apariciones y desapariciones llevado acabo por la herida,  se encarna en un reparto de personajes reales o ficticios, en los que el yo poético se desdobla en diversas perspectivas. 
Los espacios que nos convida La noche de perfil se presentan como locaciones cotidianas que encierran una maleza de abandono y crueldad. La casa y el jardín, nos muestran el testimonio de una existencia desolada en la que el hombre ha dejado de ser, como si se hubiera despoblado de sí mismo, dejando los escombros de una vida malograda. En el poema, La casa tuerta, asistimos a un lugar desolado en donde sólo entran gatos, ratas y perros callejeros. La casa ha dejado de ser una cueva fecunda para convertirse en un sepulcro estéril infestado de intrusos rapaces, al que sólo los gatos finalmente tienen acceso: “Sólo ellos se acercan a la casa sin ojos;/ felices, hambrientos, ignorantes, cada vez/ más gordos”.
En su Poética del espacio, Gaston Bachelard dice que “La casa es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre”, esta apreciación se desmitifica en el poema y la casa reluce sin pensamientos, ni recuerdos, ni mucho menos los sueños de nadie. Una casa en la que se deposita la imagen simbólica de un útero lleno de escoria. En esta suerte de inanición, la herida resplandece en su total ausencia, sellando las ruinas de lo que antiguamente quizá fue un hogar.
La idea del aislamiento se bifurca instalándose también en el lenguaje. El poema, El acto de escuchar, es una aguda reflexión sobre el tránsito de un grito que perfora los ladrillos de una pared y deja su cadáver sonoro en el oído de quien lo escucha: “A veces parece/ que el grito sólo existe en el oído/ y que nada lo produce más allá de la oreja y las manchas de humedad.” El cuestionamiento de la palabra como portadora del ser se encierra en una paradoja: el lenguaje no da vida, pero es vida. Ecos que retumban en las paredes interiores, palpitación de un sonido  huérfano que dice sin que tengamos la certeza de que alguien en realidad lo ha dicho. Una bala fría que quema  el recuerdo.
El poema que clausura La noche de perfil es una recreación subjetiva,  escalofriante y logradísima de una nota de prensa: la noticia sobre el caso del monstruo de Amstetten, el padre que secuestró y violó a su propia hija durante más de 20 años. Este poema trae a la memoria lo que los franceses llaman  faits-divers  (los sucesos) y del que varios autores, como el gran maestro del humor negro Félix Fénéon o el propio Le Clézio, se han nutrido para hacer recreaciones literarias a partir de notas de prensa. El detalle particular de este poema es que está escrito bajo la perspectiva misma de la víctima. Un desprendimiento valiente, una personificación inusual cargada de un patetismo psicológico que nos muestra uno de los rasgos más nobles y determinantes de la poesía: la empatía por el otro. La herida en estos momentos se ha hecho insalvable.
Un estado de penumbra y fantasía puebla los poemas de esta sección. La insaciabilidad mortuoria de una princesa o la pesadilla de un sepulturero, empañan la lucidez y nos sumergen en una suerte de duermevela, en donde la realidad cede terreno a lo onírico. 

La segunda sección del libro titulada, Antes del aire, es la gestación de un duelo íntimo, el lacerante registro de una biografía amputada, la búsqueda de una ausencia doblemente ausente, el crepúsculo de la paternidad, el enfrentamiento no con la muerte, sino con el muerto.
Antes del aire está cohesionada por un Prólogo y un Epílogo. En el Prólogo, se nos devela una clave esencial para el desciframiento de la herida, esta calve es la del determinismo existencial: “Pero las almas que han sido torturadas parten de más lejos,/ su verdad se bifurca en el inicio;/ antes de la placenta, antes del mundo”. Estos versos nos revelan que la herida precede a la existencia, es una marca inherente al ser, o más aún, es el ser mismo. Lo que hemos concebido como herida ahora se nos presenta como algo más que una llaga, es ante todo un estigma. El juego de apariciones y desapariciones al que nos habíamos referido en La noche de perfil, antecedían este fulminante presagio. El estigma es la herida más allá de la herida, por eso la cicatriz es imposible, por eso el título mismo del libro no asegura, supone.
En Antes del aire no hay personajes superpuestos, es el poeta quien soporta el escozor de un tatuaje indeleble.  Por eso recurre al enclaustramiento, a la embriaguez, al estallido de la conciencia. La figura de la oruga es el templo diminuto en donde el cuerpo se refugia y languidece: “Días de encierro en su alcoba, / clavándose al colchón, reblandecida y cada vez/ más blancuzca.” 
En el poema, El alumbramiento de la mujer fatal, asistimos a la mutación  de un dolor contenido. Una bestia recorre los adentros, “ese ser vivo poco hecho va a nacer y entonces todo será irremediable”. La niña que dormía en el poema Cuervo pareciera ser la antítesis de esta mujer fatal en potencia que “arrancará los labios con la cinta que los sella, / arrasando los resquicios de presencias/ del espacio en que la oruga se sepulta”. El cuervo ha besado los ojos de la inocencia dormida, el presagio de La noche de perfil se vuelve día, claridad hiriente, sangre luminosa.
El poema, El depredador y la noria, es un vertiginoso testimonio que sella el tormento interior del poeta frente a la figura de su padre. La incandescencia y el reclamo se apoderan de un lirismo frenético que refleja el dolor de una lejanía, de un abismo que dilapidó la fractura. Fractura que se hace evidente en el poema La neurótica mariposa sin alas: “Perderlo fue, siempre,/ la única manera de haberlo tenido”.
“Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida”  está hilvanado con reminiscencias de la muerte, la soledad, la violencia, la memoria. Pero el gran tema del libro es, a mi gusto, el de la escisión. En cada poema acudimos a una fractura, a un desmembramiento, a una frontera insalvable, a esa parte arrancada de la vida que nos asfixia, que nos hace sentir de algún modo incompletos, heridos. El poema que con más evidencia  recoge esta idea central es el de Suponiendo la ausencia, que aquí reproduzco:


Suponiendo la ausencia

Mas las hormigas se dirigen hacia tus llagas y allí procrean sin descanso
Antonio Gamoneda

Las hormigas se dirigen hacia tus llagas y allí procrean sin descanso,
se dirigen hacia el lugar en que tu piel
fue arrancada de la superficie de mi cuerpo.

Siameses hilvanados por el abdomen,
o tal vez por la frente;
o por los labios. Las palabras
sólo pueden ser pronunciadas dentro del otro.

Distancia habitada por insectos sin luz, frías carcasas.
Devoran, aniquilan lo que a su paso encuentran.
Suponiendo en nosotros
la existencia de algo tan vivo que pueda morir.
Afluentes de hormigas,
entramado de venas horadando la cara oculta de la tierra.

Palpita,

             cálida,

                        fluye,

                                          se desborda de ti.

Bocas diminutas muerden gangrenando el adiós,
impidiendo al tiempo su función analgésica.
Suponiendo la existencia del tiempo para lamer las llagas.

Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida.
Y suponiendo que la ausencia coagule rodeada de insectos.


En el poema resplandece la imagen de un siamés escindido. ¿Es la imagen simbólica de una separación existencial, divina o amorosa? En cualquier caso, nos remite a la pérdida de una naturaleza primigenia, a un adiós, a una ausencia, a una piel arrancada de la superficie de otro cuerpo. El verso “Las palabras/ sólo pueden ser pronunciadas dentro del otro”, nos devela la simbiosis de dos seres, la complicidad de dos cuerpos, uno de los cuales soporta el tránsito de las palabras y del tiempo, mientras que el otro yace en la cara oculta de la tierra. Ambas partes se quedan incompletas, y no por ello vacías. Cómo no recordar el famoso “Ni vos sin mí, ni yo sin vos” de Tristán e Isolda.

El tema de la escisión es el tema de la pérdida de la dualidad, el de la separación de un ser que anteriormente estuvo unido a nosotros y sin el cual no somos más que una amputación. Esta separación no necesariamente tiene que ser carnal, puede muy bien instalarse en el terreno espiritual y amoroso. Es un tema que la literatura occidental encuentra su génesis en la teoría de Aristófanes recogida en El banquete de Platón. Somos criaturas incompletas, seres escindidos de nuestra unidad primigenia. Aunque algunos autores románticos vieron en la figura de Cristo al primer huérfano, la orfandad es distinta de la escisión; ambas, sin embargo, se parecen en que ostentan un aislamiento. Pero mientras que la orfandad es un aislamiento de dos unidades, la escisión es el aislamiento de una misma unidad. Este hallazgo es el que Rebeca ausculta con un caudal poético vigoroso y abrasador.  Cada poema es un bálsamo, un ensayo de momificación que intenta fungir como amalgama ante el desmembramiento del ser. El poeta no se siente huérfano, sino incompleto, es por eso que se lanza en busca de esa complementariedad que le fue arrebatada, oficiando el terrible ejercicio del desenmascaramiento de la realidad para dar por fin con ese trozo que le permita restablecerse como criatura dual: “¿Altar o sacrificio?”.
En el lúcido y revelador prólogo de Julieta Valero, leemos: “Escritura generosa sobre la condición estructuralmente lastrada de quienes has sufrido sobremanera, antes y más allá de la ración que nos está reservada naturalmente, y escritura necesaria para enfocarnos sobre esa alienación circular que forma parte de la vida de cualquiera”. Esta aguda reflexión sobre el dolor, tiene un cierto parecido con una reflexión de Cioran: “A pesar de que deseen restablecerse, quienes sufren larga e intensamente se sienten siempre obligados a considerar como una pérdida su probable curación”.
Teniendo en cuenta ambas reflexiones y habiendo hecho un breve recorrido por algunos de los puntos álgidos que palpitan en el libro, nos queda tan sólo suponer que la herida encontrará su apaciguamiento en la momificación de su estigma, en hallar esa parte restante -¿el amor, la infancia, la reconciliación, la inocencia, el perdón…?- para restablecer su originalidad. En la mayoría de estos poemas se advierte esa intención. Cada página es una herida ávida de glóbulos y letras, una llaga embalsamada pero fresca e infestada de dolor.

Tal vez (si le dejara) besaría sus ojos. Tal vez la poesía es también un estigma.

  

*Nota: Texto leído el jueves 2 de diciembre con motivo de la presentación de Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida. Casa del libro, Gran vía, Madrid, 2010.




















Fragmento del prólogo de "El ritual de lo habitual", de Cristina Morano. Por Héctor Castilla

Sepan que éste no es un libro fácil, displicente, acomodaticio. Tienen estos poemas que empezarán a leer en cinco minutos, tres patas sobre los que se apoyan y que la propia poeta remarca verso tras verso.
La primera es la del concepto de ‘obediencia’, es decir, cumplir la acción de quien manda; esto conlleva que quien habla está donde no da la luz de los focos, en la penumbra, en ese espacio nunca resaltado en los periódicos, si acaso en un breve perdido entre noticias estúpidas; esa obediencia llevada al extremo cristaliza en ese verso espeluznante en el que la poeta afirma “mi hijo es fruto de una orden”.
(...)
Por último, me gustaría añadir otros elementos a destacar en la creación de los poemas: primero, el de la conciencia de sermujer de la poeta, mostrándonos muchas veces una realidad aumentada cuyo fin es potenciar lo más posible la percepción de la realidad física; y segundo, una apuesta estética alejada de lirismos trasnochados en la que, de vez en cuando, aparece una ironía capaz de radiografiar parte de la sociedad en la que vivimos con un humor soberbio.

Héctor Castilla

Reencarnación (Ana García Cejudo en "Hojas del cuaderno negro")

REENCARNACIÓN


Se han hecho tuyas las cosas que no han sido.
En cada corazón que maltracé en la arena:
algo moría
algo
siguió después latiendo.
Ahora eres esa idea que el tiempo no destruye
eres savia que da movimiento a mis versos
y en la punta de luz
de mi noche profunda
conviertes la quietud de mi mente
en palabra.

Nada más (Ana García Cejudo en "Hojas del cuaderno negro")

 NADA MÁS


Uno, dos, tres, juega a contar la mente
contra la ancha pared de las divagaciones.
Es viernes. Un buen día para salir un rato.
Para seguir buscando los papeles del coche. Para añadir dos ceros a la última nómina.
Para quedarse en cama y no querer moverse.
Para pensar que puedes vivir bajo tu sombra. Raparte la cabeza
Y no encontrar la idea.
Que uno no vale nada si no sabe qué vale.



Buen día para el amor.
Abrirse las muñecas en el agua caliente. Buen día para confesar
la homosexualidad falsa, y para desprendernos de los dientes de leche.
Y para comprobar que uno es lo que se hace.
Nada más y es bastante
más que ser un altillo
esperando que el trapo de un límpido afecto
nos desempolve el cúmulo de verdades cirrosas.
Me descuadra que sea el viernes de otra semana.
Una ya no recuerda
qué ha pasado entremedias,
porque una prefiere no mirar
mientras pasa.
Y decide no hacerle el menor caso a Eso,
y de repente es viernes y no acepta que es viernes
en mitad de otro día, al cabo, miserable,
y se supone que una
es tal vez menos joven, pero es joven aún,
y debes arreglarte y lavarte la lengua
por si viene un fulano insoportable, al cabo,
a probarte el asiento de atrás de su coche,
porque aunque se reclinen los demás
queda espacio
para escribirte un rato
antes de despedirme.

Piedras de Humo (Ana García Cejudo en "Hojas del cuaderno negro")

PIEDRAS DE HUMO


Da miedo sentarse a esperar, donde ya ha estado sentado de largo uno mismo.
Pasarlos hacia atrás: no poder rellenar una página en blanco: ningún amanecer se queda con nosotros. 
No hay ninguna canción que cuente quién has sido. 
La verdad es que tienes cada vez menos pulso, y que las amapolas no coagulan la sangre.

Da miedo que se corran las cortinas de humo, y que nos descubramos pequeños como puños, cerrados como puños, frágiles como olas. Y que el mar, tanto mar, no llegue a tierra firme,
o que nos cuestionemos
tú y yo
en quien nos escribe.

Breve biografía de Ana García Cejudo

Ana García Cejudo nació en Madrid en 1975. Estudió Filosofía y Criminología. Actualmente reside en su ciudad natal.

En su primer libro, Bolsos de mano y otras pertenencias, mostró la intensidad de su poesía. Ahora, en este segundo Hojas del cuaderno negro, acentúa más su obra asombrando por la fuerza que muestran sus palabras.

Fragmento del prólogo de "Hojas del cuaderno negro", de Ana García Cejudo. Por Óscar García Gómez

Yo sólo puedo invitarles a seguir adelante, a continuar pasando lentamente las páginas y empaparse de unos versos encadenados que espero se conviertan en parte de sus vidas porque la mejor verdad es la que nos refleja el espejo sea cual sea éste, y siempre es mejor el cuestionamiento de uno mismo que la ignorancia sobre el personaje que somos, aunque –como dice la escritora- nos cuestionemos / tú y yo / en quien nos escribe. Porque si no fuimos capaces de ser otros, al menos tendremos constancia escrita de quiénes quisimos ser y en ella seremos quienes no fuimos.  


Óscar García Gómez

jueves, 16 de diciembre de 2010

Poema de H-elena Rodríguez que da título al poemario "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas"

nunca-de-sus-ojos
  ¿Quién si yo gritara me oiría desde las jerarquías de los ángeles?     (Rilke)     
                                                                                
Un ángel de alas grandes poderoso
te oyó un día reír tu risa rubia
y fue la seriedad de su saeta
lo que le conmovió.
Tocaste los senderos de sus alas
la cifra y el susurro que no tiene regreso.
Y del cristal copiaste tu estrategia.

Un ángel de alas grandes
quizás el más mortífero
que está siempre errabundo por las fuentes
te prometió un atajo
quizás que flotarías
con todas las edades en el ámbar.

¿Estás segura? Nunca. Me acuerdo de sus ojos.
Y se coló en tus manos a esperar.

No se cansó ni un día de decirte
qué pálidos se hicieron nuestros nudos.
No se cansó ni un día de contarte
lo hermoso que sería llegar al horizonte.

¿Estás segura? Nunca-me-acuerdo-de-sus-ojos.
Y se coló en tus piernas a esperar.

Si entras en mi sangre- le dijiste-
al bosque llévame de los abrazos
sin llama ni sospecha en el vaivén.
Allá de donde soy
en donde he sido siempre llévame.
Y te mostró el acceso.

¿Estás segura? Nunca- de- sus- ojos.
Tus piernas con tus manos eran alas.

Y demasiado pronto
y ahora- nunca- es tarde- decidiste
que ser era volar hacia la luz. 
Y nadie-nadie-nadie y nunca-de-sus-ojos
los árboles las bestias y los hombres
pudieron retenerte en sus costumbres.
  
Por qué no se hizo vino la uva añeja
por qué fue tan sereno el estallido.
Apenas entendemos a la almena
que no visita el viento y se derrumba
qué alcanza quien se oculta en sus raíces.

Biografía Rebeca Álvarez Casal del Rey

Rebeca Álvarez Casal del Rey (Madrid, 1976) aparcó sus estudios de Bellas Artes en busca de tiempo para escribir. Desde entonces ha sido alumna en diversas escuelas de escritura, como el Centro de Poesía José Hierro,  Hotel Kafka o La Piscifactoría. Colabora en las revistas Cuadernos del Matemático y Poe+, entre otras, y participa en numerosos recitales, algunos de ellos organizados a través de la Red de Arte Joven. En la actualidad es coordinadora de Candela, colección de poesía recién estrenada de Amargord Ediciones http://amargordcandela.blogspot.com/.


Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida es su primer poemario publicado.

Fragmento del prólogo de "Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida", por Julieta Valero

Pero no crea el lector que va a encontrarse con un universo de abstracciones derivativas y grandes conceptos, urgidos a añadir gramaje artificiosamente a una presentación en sociedad. Los intereses y capacidades de quien mira por detrás de estas páginas cogen impulso en el duro suelo. Se trata de una estirpe de mirada en la órbita (tan deseable y tan infingible) de, por ejemplo, René Char quien, refiriéndose a la búsqueda del misterio de lo poético afirmaba “Existe más bien otro lugar, muy cerca de mí, que la poesía me revela, algo cuyo límite no puedo dejar de recorrer (...) mientras que el ser humano pone en lo imaginario solamente lo que él puede ver, mi imaginación me llevaría más bien a acercarme a la realidad, tan enigmática y fulminante. Mi imaginación no me conduce nunca a la evasión”.
(...)
Con un lenguaje valiente y un descaro verbal que se fundamenta en su perentoriedad; con una conciencia que, desde la asunción de lo simbólico tradicional, genera polisemias igual de potentes en cada una de sus bifurcaciones, y con un sentido de la ironía que sólo nos distancia para acercarnos mejor,  la voz con la que vamos a dialogar, nos ensancha y nos insta a des-temer el ejercicio de la lucidez. Una voz que susurra reciamente que los problemas siempre vienen de la luz y (del espejo)… La buena poesía, la que desciende, modificante, hacia nuestro interior, también.

Julieta Valero

Sobre "Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida", por María Solís Munuera

Las cenizas de Freud deben de estar revolviéndose en su urna. Está cabreado por puro deseo de gozar.

¿El motivo?: En 1919 el austriaco publicó un ensayo sobre "lo siniestro" y para su estudio utilizó el cuento "El hombre de la arena", de E. T. A. Hoffmann. En 2010 la editorial Amargord publica "Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida", de Rebeca Álvarez Casal del Rey. Y con este poemario y su reflexión y uso y aplicación a lo real de "lo siniestro", la autora da carpetazo, sin avisar y en las narices, al hombre de la arena como objeto de análisis en este campo: tan espeluznante varón puede considerarse sepultado en el cubo de un niño de playa levantina.

Freud y cualquier estudioso de "lo siniestro" y de sus relaciones con lo bello se chuparía hasta los tuétanos.

María Solís Munuera (Culturamas)

Fragmento del prólogo de "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas", de H-elena Rodríguez. Por Rebeca Sanmartín Bastida

He aquí mis más frágiles hojas, que son, sin
embargo, las más duraderas
(WALT WHITMAN)
Como los brotes de los árboles, los versos de Helena Rodríguez quieren más, quieren siempre más. Buscan su gran recorrido, sortean meandros, escenifican recovecos y llegan a su final. Pero luego viene la labor de poda, de jardinería, porque la autora recorta y desnuda hilachos, tiene cuidado con las palabras privilegiadas, y retoma esa puntuación ausente o en muletas que en su nacimiento ha resultado necesaria. Lo cual no quiere decir que desconfíe de circunloquios o de normas, y tampoco que no se detenga repetidas veces: respeta ese ritmo enhebrado que es tan suyo, y esa whitmaniana forma de cantar al descubrimiento.

Por eso hablo de versos que se alargan en su laberinto, que adquieren vuelo de descripción, narración, circunstancia visual o diálogo en voces, de versos de extensos cruces que evitan desencuentros, y que no olvidan, no obstante, lo elemental: Helena es de elementales, como comprobarán los que lean la magnífica poesía encerrada en Nunca-desus-ojos y otras semillas.

Rebeca Sanmartín Bastida

Breve biografía de H-elena Rodríguez

h-elena rodríguez nació en Madrid en 1973. Es licenciada en Filología Hispánica y profesora de Enseñanza Secundaria.
Ha participado en diversos talleres poéticos de la Fundación José Hierro y publicado en revistas como Cuadernos del Matemático.
En Junio de 2009 su obra nunca-de-sus-ojos resultó ganadora del concurso  Marcos R. Pavón. Con esta obra, fue invitada a la Feria del Libro Expoesía  Soria 2010.
En la actualidad continúa su formación. Sin prisa, pero sin pausa, va gestando su nuevo poemario.

Sobre mojado I (H-elena Rodríguez, "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas")

sobre mojado
                           a Gemma Santiago Alonso
         
          I
Me dicen que en esta casa
hay dolor en el tejado
que en las ventanas ausencias
que en las cancelas rasguños.

Tus visillos en lo abierto
no consiguen contenerte
y murmuran las vecinas
que te enredas con la lluvia
y que no amanece el guiso
y que tienes sin barrer
tu horizonte de remiendos.

Otra vez sin avisar
a cántaros por la espalda.
Hasta los tuétanos ibas
a calarte y a ofrecerle
más lagrimones al gris.

¿No jurabas trascender
las promesas de la lluvia?
Aprender a sosegar
el contorno de la herida
no es tarea de mordazas.

En tu rostro será el viento
quien escoja la tormenta.
Y si burlas su estribillo
no te quedes contemplando
que te instalas en la eterna
cantinela de violines
sin veredas y no escuchas
que se acerca su latido.
Cuando viene tan descalza
nunca la sientes llegar.


martes, 14 de diciembre de 2010

Iniciación (H-elena Rodríguez, "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas")

iniciación

sé que me quejo de vida y si he muerto
ha sido tantas veces por error
escogí ese lecho de hormigas
y pude caer donde quise
he sido tantos días con la muerte
y sin querer saberlo era un aullido
tal vez era importante
quedarse en un reino pausado
sé que en los días hay luces que anuncian
que el hambre es la voz de los vivos
sufrí por error no supe más puertas
procuro no llorar cuando me acuerdo

Iría a tu portón a reclamar (H-elena Rodríguez, "Nunca-de-sus-ojos y otras semillas")

Iría a tu portón a reclamar.
Nunca viniste a remover las migas en mi mano.
Iría a tu portón.

Están las casas viejas aun más viejas
y es fácil encontrarse algunos rostros.
A veces estas casas son muy sabias
a punto del escombro nos colocan
en un rincón suave de memorias.
Largas horas mirábamos las vacas
nos vemos ya más altos
crecer entre cristales dolorosos.
En esta casa ya no vive nadie.
Nos dice muy bajito quiénes fuimos
me dice que arreglemos nuestras cosas
y bajo muy bajito nos advierte
que no abramos la puerta.