¿Quién no ha sentido alguna vez ese vacío que deja un abrazo tras una despedida? El olor, cada vez más difuminado, que deja en nuestras sábanas la ausencia. La piel y su memoria, sin huella, que se va confundiendo despacio con el roce de la ropa. Los brazos, finalmente, rodeados sólo por el aire.
De eso, y de muchas más cosas, nos habla Ana Vega en Breve testimonio de una mirada; a través de poemas depurados y sin apenas adornos. Hablar del deseo, con semejante contención formal, es una apuesta tan atractiva como arriesgada. Y la gana.
El invierno parece nacer del hambre, el desasosiego y el frío que provoca la ausencia; de ese único plato sobre la mesa del que nos habla. Y del silencio. De la ansiedad de saborear sin el sentido del gusto, de acariciar sin tacto. De no poder besar.
Todo ello contrapuesto al vértigo que produce la proximidad. A esa necesidad, tan vital e imperiosa, que provoca el amor.
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