Uno no deja de sorprenderse cuando descubre a Estrella Juárez. Lo que hay detrás de ella y de su poesía parece siempre un misterio, una sorpresa constante que a veces te emociona de tal manera que apenas sí puedes respirar. Hay en su verso, en su ritmo, una magia especial, distinta, algo que te lleva, te conmueve, te deja el corazón en vilo. Lejos de toda obviedad su mano te zarandea del amor al desasosiego y después a la conciencia y la fortuna de estar vivos. Teje página a página su historia y nos envuelve en su ternura, en la indefensión de una niña que parece estar siendo testigo de su propia vida mucho más allá de los años, como asomada a la rendija de una puerta que siempre permanece abierta por más que pase el tiempo. En sus versos encontramos la soledad y la duda, el miedo a avanzar sola por una vida hostil que transforma a Estrella en dos mujeres, Estrella madre y Estrella hija y detrás de ambas el miedo.
También se palpa su fuerza, la belleza y la contundencia de las imágenes dejan ver una poeta con carácter que sabe captar el momento exacto en el que ocurre la poesía y nos adentra en un universo en el que todo está a flor de piel, donde se respiran herida y cicatriz al tiempo y donde poema a poema nos vamos dejando mecer por un lenguaje profundo e íntimo que nos abraza y nos hace mirar desde sus ojos.
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