embargo, las más duraderas
(WALT WHITMAN)
Como los brotes de los árboles, los versos de Helena Rodríguez quieren más, quieren siempre más. Buscan su gran recorrido, sortean meandros, escenifican recovecos y llegan a su final. Pero luego viene la labor de poda, de jardinería, porque la autora recorta y desnuda hilachos, tiene cuidado con las palabras privilegiadas, y retoma esa puntuación ausente o en muletas que en su nacimiento ha resultado necesaria. Lo cual no quiere decir que desconfíe de circunloquios o de normas, y tampoco que no se detenga repetidas veces: respeta ese ritmo enhebrado que es tan suyo, y esa whitmaniana forma de cantar al descubrimiento.Por eso hablo de versos que se alargan en su laberinto, que adquieren vuelo de descripción, narración, circunstancia visual o diálogo en voces, de versos de extensos cruces que evitan desencuentros, y que no olvidan, no obstante, lo elemental: Helena es de elementales, como comprobarán los que lean la magnífica poesía encerrada en Nunca-desus-ojos y otras semillas.
Rebeca Sanmartín Bastida
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