Uno, dos, tres, juega a contar la mente
contra la ancha pared de las divagaciones.
Es viernes. Un buen día para salir un rato.
Para seguir buscando los papeles del coche. Para añadir dos ceros a la última nómina.
Para quedarse en cama y no querer moverse.
Para pensar que puedes vivir bajo tu sombra. Raparte la cabeza
Y no encontrar la idea.
Que uno no vale nada si no sabe qué vale.
Buen día para el amor.
Abrirse las muñecas en el agua caliente. Buen día para confesar
la homosexualidad falsa, y para desprendernos de los dientes de leche.
Y para comprobar que uno es lo que se hace.
Nada más y es bastante
más que ser un altillo
esperando que el trapo de un límpido afecto
nos desempolve el cúmulo de verdades cirrosas.
Me descuadra que sea el viernes de otra semana.
Una ya no recuerda
qué ha pasado entremedias,
porque una prefiere no mirar
mientras pasa.
Y decide no hacerle el menor caso a Eso,
y de repente es viernes y no acepta que es viernes
en mitad de otro día, al cabo, miserable,
y se supone que una
es tal vez menos joven, pero es joven aún,
y debes arreglarte y lavarte la lengua
por si viene un fulano insoportable, al cabo,
a probarte el asiento de atrás de su coche,
porque aunque se reclinen los demás
queda espacio
para escribirte un rato
antes de despedirme.
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